Seguro que alguna vez has estado en un lugar con personas que se encuentran en una situación concreta y te has impregnado tanto de su expresión sobre lo que les ocurre, que al salir de allí has sentido que tu energía era más parecida a la de esas personas que a la que tú traías antes.
Tanto si alguien de nuestro alrededor tiene una vivencia que le produce alegría, entusiasmo y motivación, como si las emociones están relacionadas con tristeza, apatía o enfado, nos veremos envueltos en una atmósfera acorde a lo que está sucediendo en ese momento, y, por ende, es posible que nuestro ánimo se modifique en base a aquello que tenemos delante.
Esto sucede por la facilidad con la que se contagia una emoción, sobretodo si las personas con las que compartes el momento son importantes para ti.
La empatía se apodera de nosotros, sin dejarnos ver la situación con distancia y perspectiva, que es precisamente lo que puede hacer que seamos capaces de abordar lo que ocurre de una forma adaptativa para ayudar al otro sin que la emoción nos invada de lleno.
Pues bien, cuando esto ocurre, la emoción ya se ha adueñado de nosotros y de nuestro criterio. Ya no hay objetividad, sino una vivencia interna de lo que ocurre, y opiniones llevadas a cabo desde la víscera y no desde la racionalidad.
Las habilidades sociales son muy útiles para poder evitar el contagio emocional y gestionar las situaciones que se nos presenten, ya sean nuestras o compartidas por otros, de forma funcional para nuestra salud mental, por ello es interesante tener en cuenta los siguientes 5 puntos.
- Observa las emociones que más te afectan. Siendo consciente de ello, tendrás una mayor facilidad para poder trabajarlas después.
- Acepta lo que sientes. Una de las partes fundamentales de la inteligencia emocional es la aceptación y validación de nuestras emociones. Cuanto más evito aquello que me supone un malestar, más me somete. Solo se puede trabajar sobre aquello que se acepta.
- “Yo no soy mis emociones”. Esta afirmación tiene mucho valor en el autoconocimiento y autocontrol emocional. Las etiquetas limitan la capacidad de cambio. El hecho de que con frecuencia sintamos una emoción y reaccionemos de un modo concreto, no quiere decir que sea la única forma de gestionarla, quiere decir que todavía no tienes herramientas para hacerlo de otra manera. No te limites.
- Entre el estímulo y la respuesta está tu capacidad de decisión. Si el estímulo es verdaderamente lo que provoca la respuesta, quiere decir que ese mismo estímulo en cualquier otra situación de forma reiterada, va a generar la misma respuesta en todo el mundo, es decir, que a todos nos molestaría, dolería o enfadaría exactamente lo mismo. Sin embargo, esto no es real porque entran en juego varios matices, entre ellos, las creencias desde las que cada uno ve el entorno y como le afecta. La buena noticia es que todos podemos decidir como responder ante aquello que sucede y viene del exterior.
- Aprende a ver las cosas con distancia y objetividad. Esto requiere de cierto esfuerzo y práctica, pero a la larga es muy útil para poder abordar lo que se nos presente de una forma más racional sin dejarnos llevar únicamente por la emoción. Aprender a relativizar nos ayuda a darle un valor justo a las cosas y esto nos dota de esa capacidad de decisión de la que hablo en el punto anterior.
Actuar con conciencia sobre las situaciones es el primer paso para mejorar nuestro control emocional, lo que conllevará a la larga un mayor bienestar.
De ti depende que el cambio empiece hoy.