COVID-19. Unas siglas que si echamos la vista a atrás, nos han provocado un sinfín de sensaciones y emociones que hemos tenido que ir gestionando poco a poco, a medida que todo esto iba pasando.
Se ha podido comprobar, como muchas otras veces, la importancia de la salud mental en cualquier acontecimiento de la vida de las personas, ya que, toda pandemia biológica conlleva también una “pandemia” emocional.
En estos momentos, parece que con el aumento de las vacunas, el virus va menguando en importancia y frecuencia de contagio, pero que haya factores evidentes que se hayan modificado no quiere decir que las secuelas emocionales no estén ahí.
Hemos sufrido pérdidas, dolor, controversias, incertidumbre e inseguridad.
El ser humano lleva peor las dos últimas que una respuesta clara, incluso en caso de que ésta fuera negativa. ¿Por qué? Porque si sé lo que pasa, ya sea bueno o malo, tengo más control sobre la situación, o un camino concreto por el que tirar. Si no tengo una respuesta, ¿qué hago?
Precisamente este ha sido uno de los problemas que ha generado tanto descontrol en nosotros, ya que, “no sé cómo enfocar lo que está pasando”.
La infinidad de normas, pautas e imposiciones que se nos han aplicado en la franja temporal de un año (incluyendo la controversia que había con varias de ellas), afecta a nuestro “centro emocional” y la estabilidad mental.
En esta pandemia ha habido dos tipos de afrontamiento y perspectivas distintas:
- Las personas que lo han enfocado desde el punto de vista de la salud, que son aquellas que se han centrado en intentar resolver y amoldar lo que estaba ocurriendo con su rutina diaria, su salud física y mental, y cómo amoldar su vida a esta “nueva normalidad”.
- Las personas que han tenido puesto el foco en la pandemia, que han puesto, por lo general, el foco en la catástrofe que estaba ocurriendo a diario, lo que conecta automáticamente con el dolor, el aislamiento, el miedo a perder a seres queridos, a que su situación económica se convirtiera en un desastre, a no salir de ahí.
Nadie pone en duda la gravedad de la situación o que esos miedos no tuvieran fundamento, porque claramente, lo tienen, pero igual de verdad es que yo elijo donde pongo el foco de mi atención, y si utilizo bien esta baza, ya es un paso hacia mi bienestar.
Todo esto ha provocado que en muchos hogares la tensión y el malestar se apoderara de ellos, y entre los síntomas más comunes y tras los que quizás te puedas sentir identificado/a se encuentran:
- Ansiedad.
- Bajo estado de ánimo y energía.
- Depresión.
- Problemas de pareja.
- Problemas familiares.
- Miedo al contagio o fobias.
- Trastornos obsesivos.
- Duelo.
- Problemas de sueño o con la comida.
- Aislamiento social en niños y adolescentes.
Todos y cada uno de ellos con una elevada importancia para aquel que lo sufre. Y una vez más, se demuestra que la salud mental tiene una importancia suprema en la sociedad. Por lo que es fundamental pedir ayuda en caso de necesitarla.
Ahora que parece que ha pasado lo peor, nos disponemos a volver poco a poco a una vida con menores restricciones y más libertad.
Sin ir más lejos, hace poco quitaron la normativa de llevar las mascarillas en espacios abiertos, y esto, aunque creáis que para todos ha sido liberador, nada más lejos de la realidad.
“El síndrome de la cara vacía”, así han denominado a lo que para muchos se produce tras dejar de llevar la mascarilla a todas partes.
No, esto no es un trastorno, ni una enfermedad, como bien define el Instituto Europeo de Psicología Positiva de Madrid, es un conjunto de síntomas que incluyen emociones, como el miedo o la angustia.
Tras tanto tiempo bajo unas estrictas normas cívicas para poder combatir el virus, a muchas personas se les hace raro y les produce cierta incertidumbre y miedo dejar atrás la protección que las mascarillas brindan, puesto que, el hecho de que determinadas medidas se hayan relajado, no quiere decir que el virus se haya erradicado.
Para no bajar la guardia con nuestra salud emocional y saber afrontar tanto lo que ha ocurrido como aquello venidero, es importante tener algunas bases bien estructuradas.
- Aceptación. Hay una delgada línea que separa la resignación de la aceptación. La aceptación no conlleva emociones negativas ni de abatimiento. Racionalizo y acepto de forma adaptativa todo aquello que no puedo cambiar. Decido no amargarme por algo que no está en mis manos y lo paso de la forma más serena posible, porque de todos modos, lo voy a tener que atravesar.
- Cambio de foco. Como decía anteriormente, ¿dónde quieres poner tu atención? En gran medida lo que piensas construye lo que sientes. Si enfocas tu energía y atención en lo catastrófico, lo aumentas todavía más. Dale paso a encontrar lo positivo de cada situación.
- Diálogo interno positivo. ¿Cómo te hablas y qué contienen esos mensajes? Acostumbrados a ver las noticias y que todo sea negativo, es normal que la mayoría de las veces le demos poder sobre nuestras emociones. Pausa. Baja una marcha y hazte responsable solo de aquello que puedes. Date mensajes realistas pero no catastrofistas, e intenta encontrar cada día cosas por las que has de sentirte afortunado/a.
- Resiliencia. La resiliencia es la capacidad que tienen las personas de superar una experiencia traumática de la forma más adaptativa posible. Entrena para adoptar los hábitos que necesitas para superar lo que te enturbia. La resiliencia se adquiere, se fortalece, no es innata, y solo tú tienes el control para ponerlo en marcha.
Salir de una situación como ha sido la pandemia puede resultar de todo menos sencillo, por eso es importante el autocuidado y el afrontamiento activo.
No pienses en esta situación como algo insuperable, lamentarte no te llevará a ningún lado positivo, experimenta las emociones negativas pero no dejes que te dominen más del tiempo necesario.
Rodéate de una red de apoyo donde te sientas querido/a, comprendido/a y apoyado/a.
No olvides mantener tus rutinas y modificar aquello que sabes que no te hace bien.
Ahora viene la segunda parte de todo esto, ¡ánimo!